Inglaterra se convierte en una gran
potencia con Isabel I, quien asciende al trono en 1558. Durante los treinta
primeros años de su reinado no protagonizó ninguna guerra abierta contra
España, aunque tampoco hizo nada para evitar que ingleses como el
contrabandista de esclavos Hawkins o el corsario Drake atacaran América. Pero
su política internacional viró hacia una posición opuesta en 1588, después de
la derrota de la Gran Armada. A partir de entonces, tanto ella como su sucesor
Jacobo I, concedieron patentes de corso a diversos personajes que asaltarán
puertos, naves y otras posesiones españolas en el Nuevo Mundo.
Estos dos piratas atacaron Cartagena de
Indias, Hawkins en 1568 y Drake en 1586. El primero bloqueó, sin mucho éxito,
la ciudad cuando el gobernador le prohibió, según las leyes de Indias,
comerciar en ella con esclavos. El segundo atacó Cartagena tomándola por
completo y devolviéndola tras un alto rescate. Después de este ataque, Drake se
unió a la defensa de Inglaterra frente a la Gran Armada y, en 1595, junto a
Hawkins atacaron las plazas y barcos españoles en el Caribe, con el apoyo total
de Isabel I. Pero esta misión fracasó por las disensiones internas en el mando
inglés y por la resistencia española. Hawkins murió en combate y Drake intentó
tomar Panamá, aunque fracasó nuevamente y murió.
A finales del siglo XVI, la lucha contra el
exclusivismo español, tanto por los corsarios apoyados por sus reyes como por
otras acciones piráticas, tuvo su culmen en Hugo Grocio y su teoría del mare liberum, que rechazaba la posesión
del mar por una nación concreta. Esto fue muy bien acogido por las monarquías
europeas que se lanzaron a la conquista de territorios que, según el Tratado de
Tordesillas, pertenecían a la Monarquía Hispánica o a Portugal.
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