Después del descubrimiento de América el
12 de octubre de 1492, las coronas castellana y portuguesa firmaron el Tratado
de Tordesillas (7 de junio de 1494) por el que se dividían el mundo a partir de
una línea trazada a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Los
territorios al este serían portugueses y los del oeste castellanos. Este
tratado convertía en ilegal toda navegación y comercio extranjero en estos
mares (teoría del mare clausum). A la
vez, ingleses, franceses, daneses y holandeses deseaban enriquecerse con el
Nuevo Mundo, pero no podían hacerlo legalmente, por ello comenzó en estos
lugares el fenómeno de la piratería, así como apareció también la figura del
corsario (pirata con patente de corso, es decir, autorización real para asaltar
embarcaciones y puertos castellanos).
Los primeros ataques piráticos tuvieron
lugar en la primera mitad del siglo XVI. Fueron los cometidos por Francia: San
Germán (1528), La Habana (1537), Santiago de Cuba (1543), Santa Marta (1544) o
Baracoa (1546). En estos ataques destacan los primeros piratas franceses en
aguas caribeñas: Roverbal, Cote, Bontemps, Hallebarde o François Le Clerc (Pata de Palo).
Pero la piratería solo comenzó a manifestarse
realmente en la segunda mitad del siglo XVI, cuando las naciones europeas
enemigas de la Monarquía Hispánica se vieron atraídas por las minas de plata. Este
fue el caso de Inglaterra, quien relevó a Francia en el mundo de piratas y
corsarios.
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