El escritor cubano Eliseo Diego (1920-1994) compuso "En una misma tierra", un pequeño relato basado en el libro de Exquemelin y las piraterías del Olonés, pirata tristemente célebre de la segundamitad del siglo XVIII. El cuento, titulado "En una misma tierra", dice así:
Mientras Francisco Nau, llamado El Olonés, pasaba en Puerto cabello el frío filo de su alfanje por entre el hedor del m iedo, el sufrimiento y la muerte, unas leguas más arriba dos frailes franciscanos encontraban, saliendo de la villa de San Pedro, un grupo de impacientes soldados que preparaban su emboscada en la maleza. "A dónde iban los frailes -preguntó uno que hacía de jefe-. "Al Darién -contestó el más joven de los religiosos-, a sembrar en aquella tierra esta semilla". Y se llevó suavemente la mano al pecho.
"No son más fieros los indios de allí que las bestias que estamos esperando -dijo el soldado. Y para morir tanto vale el Darién como San Pedro". El joven fraile, aunque ya le había vuelto la espalda, meneó la cabeza con terquedad de hombre de campo. "No todas la tierras, no -dijo-, son la misma".
A la vuelta unas pocas horas la espera en la húmeda maleza, el escándalo de los mosquetes, los agudos clamores y el chasquido de lo hierro no eran sino un mugriento recuerdo. Frío, preciso, suave, Francisco el Olonés interrogaba a los sobrevivientes.
"Hay otro camino a San Pedro? -insistía en su voz sofocada, de espejo. Y como no le contestaran, aquella marioneta de cera se convulsionó de pies a cabeza, tembló como si fuese a quebrarse de ira-. "Muerte de Dios -sopló entre los dientes apretados-, los españoles me la pagarán".
Con la mano izquierda rasgó el hábito del misionero del Darién, que lo miraba pálido en el grupo de presos y con la derecha hundió el alfanje en el sitio justo donde aquel pusiera la mano. Luego arrancó el corazón burbujeante, y clavó los dientes pequeños, amarillos, manchados de tabaco.
meses más tarde, la terquedad del viento y la fatalidad del mar arrojaban a Francisco sobre una costa salvaje. En medio del rugiente gozo de los indios, su cuerpo, despedazado en hilachas, iba a ser tan sólo una parte de la violenta tierra del Darién.
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